Evangelio del 27 de Marzo del 2016

Domingo de Resurrección - C (Juan 20, 1-9)

¿DÓNDE BUSCAR AL QUE VIVE?

La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres.

María de Magdala es el mejor prototipo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al crucificado en medio de tinieblas, «cuando aún estaba oscuro». Como es natural, lo busca «en el sepulcro».Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida.

Los otros evangelistas recogen otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».

La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, solo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.

Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.

Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro porque, saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está él».

Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un «Jesús muerto». No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir.

José Antonio Pagola

Reflexión tomada de: Buenas Noticias en los Grupos de Jesús (http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia)

Oh Cruz de Cristo


Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.

Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.

En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.

Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.

Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar.
Amén.

Papa Francisco 
Oración del Vía Crucis 2016

Cuándo la cruz tiene sentido

En plena Semana Santa me vuelvo a preguntar qué sentido tiene la cruz en nuestra vida.

CUÁNDO NO TIENE SENTIDO LA CRUZ
No le veo sentido a la cruz por la cruz. Hay personas que han sacralizado el sufrimiento en sí mismo, como si pasarlo mal fuera per se algo positivo. Eso no es una virtud, es una enfermedad.
No tiene sentido la cruz como autoflagelación mental. Es decir, dejar a la mente que te pase películas negativas. Es otro morbo perjudicial en que se recrea mi peor yo, mi personaje más falso. A ese no hay que hacerle ni caso.
Carece de sentido autoculparse para sufrir más. Procede de no perdonarse a uno mismo por lo que hice en el pasado. Dios te ha perdonado y tú no te perdonas. Se trata de un penitencia buscada para hacerme daño, que lejos de liberarme, me hunde más.
Es una cruz falsa la que me impongo porque otro está sufriendo. Por ejemplo, mi madre, mi amigo, un ser querido está sufriendo y yo me siento culpable si no lo paso igual de mal que él. No caigo en la cuenta de que es al revés: tengo que estar bien para poder ayudarle; tengo que salir del pozo para poder sacarle.

CUÁNDO TIENE SENTIDO LA CRUZ
La cruz tiene sentido cuando es una consecuencia de opción auténtica de vida o de una verdad asumida. Por ejemplo, si sufro por llevar adelante una causa justa, por defender a seres humanos, por evitar un mal o denunciar una injusticia. Jesús no muere en la cruz para buscar el sufrimiento, sino por ser consecuente hasta el final con su mensaje: el amor incondicional de Dios.
La cruz salva cuando es cruz por los demás. Si me sacrifico por estar al lado del que sufre, por sacarle de su sufrimiento, aunque sea solo por consolarle y acompañarle. Pero nunca es sufrimiento buscado, sino un dolor o privación que brota del amor.
La cruz se ilumina cuando requiere el abrazo de una situación inevitable. Si la enfermedad no tiene cura, si la muerte del ser querido me lo arrebata, si una catástrofe natural o una guerra imparable nos zahiere, crezco cuando abrazo esa cruz y la supero espiritualmente.
La cruz libera cuando no acaba en cruz, sino en resurrección. Mientras la llevamos es liviana, si cuenta con un horizonte de esperanza. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”(Mt 11, 28-30).
La cruz glorifica cuando no me empeño en llevarla a solas, sino cuando camino por la vía de la amargura al lado de Jesús. Porque el yugo solo puede soportarse entre dos. Porque con Jesús la muerte es Vida y el caminar por la fugacidad del tiempo un encuentro con una luz que tiene vocación de eternidad.

Pedro Miguel Lamet SJ

Reflexión tomada de: El alegre cansancio, blog de Pedro Miguel Lamet (http://blogs.21rs.es/lamet/2016/03/cuando-tiene-sentido-la-cruz)

Evangelio del 20 de Marzo del 2016

Domingo de Ramos - C Lucas (22, 14-23, 56) 

¿QUÉ HACE DIOS EN UNA CRUZ?

Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.

Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?

Un «Dios crucificado» constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.

El «Dios crucificado» no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.

Este «Dios crucificado» no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.

Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el «Dios crucificado». Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el «Dios crucificado» y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.

José Antonio Pagola

Reflexión tomada de: Buenas Noticias en los Grupos de Jesús (http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia)

En la presentación del informe: 'Un camino Incierto'.

Asistencia, el día 15 de Marzo del 2016, a la presentación de informe: 'Un camino incierto' en el Colegio de Sonora.
 
Presentación Informa
 Con el P. Pedro Pantoja y colaboradores de Iniciativa Kino para la Frontera.

Con Samuel Lozano SJ.

Panel de participantes

Hamburguesada solidaria

Gracias a cada uno que colaboró, de una u otra forma, en la hamburguesada solidaria (domingo 13 de Marzo 2016).
Sin duda, un gesto de fraternidad que nos une y nos da identidad.




Por los niños y las familias en dificultad - video del Papa Marzo 2016




Enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=p4azDDdaVoE

Tomado del sitio El Video del Papa, una iniciativa de la Red Mundial de Oración para la difusión de las intenciones mensuales del Papa Francisco para los desafíos de la humanidad.

Evangelio del 13 de Marzo del 2016

5 de Cuaresma - C (Juan 8,1-11)

REVOLUCIÓN IGNORADA

Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».

Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».

Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.

Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de «la revolución ignorada» por el cristianismo.

Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.

¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?

José Antonio Pagola

Reflexión tomada de: Buenas Noticias en los Grupos de Jesús (http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia)


Evangelio del 6 de Marzo del 2016

4 CUARESMA - C (Lucas 15, 1-3.11-32)

EL OTRO HIJO

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre bueno», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?

Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El «hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

Reflexión tomada de: Buenas Noticias en los Grupos de Jesús (http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia)


Que es la CVX

GÉNESIS Y ESENCIA DE LA CVX:

La primera juventud de Iñigo López buscaba rumbo entre tirones, jaloneada por el deseo de ser alguien en su sociedad y por el ansia de gozar la vida. Una bala de cañón aquietó por meses la vitalidad de aquel joven, y, en medio del reposo forzado por la convalecencia, le fue dada una nueva vida:
Leyendo, tras horas de soñar, su propio corazón, y leyendo las historias de Jesús y de los santos, empezó suavemente a ejercitar un nuevo arte: a descubrir en su interior el impulso de la vida verdadera y a reconocer en la sociedad y en la historia la presencia activa de esa misma Vida.

Y dedicó varios meses, en la soledad, a profesionalizarse en este arte: a convivir y dialogar con Jesús, en quien fue descubriendo el Sentido de la existencia. Con ello, éste dejó de ser para él asunto teórico y ocasionalmente angustiante, para convertirse en amistad y cariño apasionados.

Del mismo Jesús, recibió el Empuje interior a ser testigo de esta su propia experiencia: la del amor incondicional y operativo que, en Cristo, tiene Dios por sus creaturas. Y, de allí en delante, Ignacio fue incasable servidor de la Buena Noticia que había experimentado.

¡Jamás descansaría ya, en un nuevo tironeo!: el de un ilimitado deseo de asemejarse por cariño a Jesús pobre y humillado, y el de un anhelo incesante por la mayor eficacia en el anuncio universal del Evangelio y en la evangelización de la civilización y la cultura y de todas las civilizaciones y culturas.

Convertido en ‘peregrino’ recorrió, como Jesús [¡y con Jesús!], pueblos y ciudades; y buscando capacitarse para servir mejor a su conflictiva sociedad, llegó en su peregrinar a la máxima casa de estudios de su tiempo. Allí, Ignacio universitario moderó sus ansias de íntimo trato con Jesús, de testimonio explícito del Evangelio y aun de vivir la misma pobreza de Cristo, por poderse dedicar con toda seriedad a los estudios.

Esto no le impidió, sin embargo, una actividad por él privilegiada: la de propiciar en París, como antes en algunas poblaciones españolas, el que, ayudados por algunos ‘ejercicios’, tuvieran también otros la experiencia que el había tenido: experiencia espiritual de Dios en Jesucristo, experiencia de libertad en la verdad, experiencia de misión y de sentido de la vida.

Muy pronto, algunos de estos ‘ejercitantes’, auténticos compañeros de Jesús empezaron a agruparse y a formar comunidad: una comunidad de vida cristiana, en que unos a otros, cada uno en su propia profesión u oficio y en su estado propio de vida, se apoyaran para vivir mejor la misión de servicio evangélico, recibida por ellos de Jesús en la experiencia de los ejercicios.
Esta historia, cuyos detalles son conocidos por muchos de ustedes y están al alcance de todos en múltiples publicaciones, da cuenta a la vez de la génesis y de la esencia de la CVX: de la Comunidad de Vida Cristiana.

Fundamentalmente, en efecto, la CVX no es otra cosa sino esto: un grupo de amigos, formados en torno al Señor en la escuela de los ejercicios ignacianos que comparte su vida, su lucha, su fe y su esperanza, en la misma misión de servicio de Jesús de Nazaret: la de dar libertad a los oprimidos y comunicar buenas noticias a los pobres.
Desde sus orígenes, esta Comunidad vio en María, la madre de Jesús, un modelo y paradigma de fe, de sencillez y de servicio. Nació, por ello, con el nombre de ‘Congregación Mariana’, y fue bendecida con la aprobación de la Iglesia Jerárquica hace poco más de cuatro siglos.

Esta Congregación primera creció y dio sus frutos entre los estudiantes del Colegio Romano [germen de la actual Universidad Gregoriana], quienes se distinguieron por su integridad de vida y por su servicio a los enfermos e indigentes de Roma y de sus alrededores.

Y a ella se fueron afiliando numerosas ‘congregaciones’ entre ellas, las florecidas en nuestra Patria a partir de una primera, establecida en la ciudad de México el año de 1574.

Cuatro siglos más tarde, en 1974, las congregaciones mexicanas se reúnen en asamblea, y reciben, en Puente Grande, el Viento renovador que del Concilio Vaticano II se desencadenó sobre la Iglesia.

A partir de entonces, y queriendo volver a sus orígenes y a su esencia, toman el nombre de Comunidades de Vida Cristiana, e insisten con nuevo empeño en reencontrar su rumbo y su misión en la experiencia de los ejercicios ignacianos.

Con un mismo espíritu, y al servicio de un mismo mundo cada vez más intercomunicado, las Comunidades, reunidas en asamblea, deciden configurarse como una única comunidad mundial; y, como consecuencia de ello, renuevan, en 1990, en la asamblea mundial de Puente Grande, sus principios ‘y sus normas’ generales, que constituyen hoy su documento legislativo supremo.

Desde sus primeros párrafos, fieles a la escuela ignaciana, estos principios se definen a sí mismos como meros auxiliares, subordinados en todo a la ley superior del Evangelio, y profesan que siempre han de interpretarse según el Espíritu Santo vaya sugiriéndolo.

 
CONSTITUCIÓN Y ESTILO DE LA CVX:

Esto no significa, sin embargo, que la CVX sea algo indefinido o amorfo: Está determinada por su historia y por su estructura jurídica [aprobada por la Santa Sede], y, sobre todo, como organismo vivo que es, recibe su configuración y su forma del principio interno que la anima: de la experiencia de los ejercicios ignacianos, prolongada y renovada con el apoyo de los miembros de la comunidad, por lo general a través de las reuniones periódicas de la misma.

Para su funcionamiento práctico, la comunidad mundial hoy por hoy subsiste en comunidades nacionales, que a la vez hallan su forma concreta de existencia en las comunidades regionales y locales: Normalmente es por medio de ellas como los miembros individuales se incorporan a la comunidad única mundial.

Esta incorporación es algo paulatino y progresivo: No responde a un mero entusiasmo de momento, sino a un llamado que Dios hace a un estilo peculiar de vida. Y este llamamiento de Dios se ha de discernir y confirmar a lo largo de la propia experiencia, y del trato, la convivencia y la colaboración con los demás miembros de la CVX.

Una respuesta consciente y libre a ese llamado resulta de fundamental importancia, puesto que de ella depende la solidez de un compromiso que es opción permanente de vida. Por eso, la Comunidad de Vida Cristiana no pretende ser una agrupación multitudinaria; aunque sí recibe con alegría y afecto a cuantos, invitados a ello por el Espíritu, se deciden a configurar su vida y su persona al estilo CVX.

Una de las características salientes de este estilo es la sencillez de vida, que, al tiempo que es una liberación del consumismo, es sobre todo una exigencia de la justicia, y una cercanía afectuosa a los empobrecidos de este mundo, a quienes antes que a nadie pertenece el Reino de los Cielos.

Es obvio, por lo demás, que en una sociedad competitiva y en medio del acoso continuo de la publicidad comercial, esta vida sencilla difícilmente se desea y se vive sin una comunidad que la nutra y convalide, y en que la seguridad personal provenga del cariño y de la fe, y no del poder, del tener o del prestigio. 

No es ésta, sin embargo, la meta final de la CVX. La sencillez de vida y la comunidad misma tienen ante todo un sentido misional o apostólico: Nacida y alimentada de la experiencia de los ejercicios, la Comunidad de Vida Cristiana tiene como finalidad última y primera el colaborar con Jesús en el trabajo del Reino: el anunciar y realizar una sociedad auténticamente fraterna, en la que el ser humano sea consciente de su dignidad y disfrute de los medios para vivir conforme a ella.

Este es el servicio evangélico que la CVX se proponer dar a la universal Iglesia y al mundo, y el que cada comunidad local y cada miembro de ella quiere dar en su medio propio y en su contexto cultural. Por eso, la CVX es una comunidad apostólica.

No significa esto que se haya de orientar al servicio del templo o de la doctrina, ni que sus miembros todos hayan de realizar en conjunto una misma y única labor apostólica. Pero sí significa que todos y cada uno de ellos están llamados a dar un testimonio de vida evangélica, así en su propio hogar, como en su entorno estudiantil o laboral, y en el ejercicio todo de sus responsabilidades eclesiásticas, ciudadanas y políticas... y, llegado el momento, al afrontar en fe la invalidez, la ancianidad, la enfermad y la muerte.

Y es obvio que la comunidad [diversamente en su ámbitos diversos: mundial, continental, nacional, regional y local] desempeña un importante papel en este contexto: No es ella, en efecto, solamente el lugar de la convalidación afectuosa y del crecimiento personal, ni es sólo el espacio privilegiado para la servicialidad mutua y el acompañamiento en la esperanza y en la fe. Es, además, también el salón de estudio y el taller de análisis y reflexión, para iluminar las opciones de servicio de la comunidad misma y de aquellos que la integran.

Así, la comunidad se hace responsable de cada uno de sus miembros y ve por ellos en todos los aspectos de su vida. Y muy especialmente los auxilia, incluso a través de acuerdos libremente compartidos, para optimizar la vida profesional y las demás actividades que puedan emprenderse, orientadas en su totalidad al servicio del Evangelio del Reino.

No es, con todo, la Comunidad de Vida Cristiana una institución centralizada. No se da en ella propiamente una autoridad superior ni una normatividad obligatoria. Funciona toda ella con base en la autonomía y en la confianza: en la confianza en el Espíritu de Dios, y en la confianza en cada uno de quienes la forman.

Cada comunidad, por tanto, en el espíritu de los ejercicios y de acuerdo a los ‘principios generales’, elige por sí misma sus funcionamientos concretos y sus funcionarios. Y si procura generalmente estar cerca de un presbítero, no es para que la dirija o la gobierne, sino para que la acompañe en el Espíritu y para que ocasional o regularmente presida para ella la celebración eucarística.


INTERRELACIONES:

Por su modo propio, por su origen y por su historia, la Comunidad de Vida Cristiana está vinculada con la Compañía de Jesús: No con un vínculo de dependencia o de condicionamiento jurídico; sino con lazos vivos de amistad y de colaboración apostólica.

Por el contrario, cada pequeña comunidad de vida cristiana se interrelaciona con las demás para formar las comunidades de ámbitos más extensos y unitarios: la comunidad regional, la nacional y la comunidad única mundial.

Esta interrelación se expresa y se afianza sobre todo en las diversas asambleas comunitarias: en la más frecuente regional, en la nacional, que en México se celebra cada año, y en la mundial, que por ahora se realiza cada cinco años. Y de estas asambleas surgen normalmente comisiones o ‘consejos’, encargados de servir a la comunidad para la realización de los acuerdos de la asamblea. Entre estos servicios, sobresalen los referentes a la formación de los nuevos miembros de la comunidad, y, especialmente, a la coordinación y difusión de los ejercicios ignacianos.

La Comunidad de Vida Cristiana no tiene prisa por incrementar el número de sus miembros: prefiere respetar al máximo la libertad de los posibles candidatos, y, confiada en la fuerza del Espíritu, quiere proceder en todo al ritmo que suavemente él le vaya sugiriendo.

Conocer la orientación y el momento del movimiento del Espíritu, es responsabilidad de cada asamblea y de cada uno de los que la integran; como lo es también el llegar a las decisiones consecuentes.


EPÍLOGO:

1. ¿Cuál es mi actitud o sentimiento actual ante la experiencia de ejercicios?

2. ¿Cuál es mi actitud o sentimiento actual ante el ‘estilo de vida CVX’?

3. ¿Cuál, ante el servicio apostólico de la Comunidad de Vida Cristiana?
 
 
fxsi y mmpg