Respetar al pobre es respetar a Dios.

Por: IdS
CVX Hermosillo (México)
Introducción

       Mediante este ensayo pretendo abordar cómo nuestro proceder para con el pobre es un factor esencial en la relación-diálogo con Dios; y cómo los factores económicos, sociales y políticos son estructuras creadas para su opresión y esclavitud, más que circunstancias aisladas o ideologías propias de una cultura.

       ¿Por qué los barrios pobres o las periferias urbanas carecen más de infraestructura hidráulica y sanitaria, tienen los más altos índices delincuencia, drogadicción, violencia y analfabetismo? ¿Acaso ser pobre es una elección o una imposición? y ¿Puede dársele gloria a Dios mientras observo impasible la desgracia de los «otros» a la orilla del camino o la ciudad?

Contemplando a nuestros hermanos: los empobrecidos

       El hablar sobre la pobreza y sobre los pobres es un tema provocativo que invita a reflexionar sobre nuestra relación con el «otro»; que confronta nuestros hábitos, costumbres e ideologías de vida; que inquieta evocando sentimientos de impotencia e impaciencia, ante el sufrimiento de tantas personas carentes de lo básico; que apasiona y roba nuestra imaginación al buscar soluciones inventivas señalando culpables concretos.

       El solo hecho de pensar en la pobreza, hace brotar casi inmediatamente, el recordatorio subyacente de nuestra dimensión social como seres humanos; pues vemos en el «otro» reflejado nuestras experiencias de carencia y dolor, realidades que evadimos conscientemente y que pocas veces deseamos.

Investigar sobre qué es ser pobre, es toparse con una innumerable cantidad de definiciones, enfoques,        ideas y hasta formas de evaluación y medición; dando la sensación de ser un concepto ambiguo, difuso, confuso y dependiente del contexto donde se desarrolla ¡Cómo si los niños latinoamericanos no sintieran la misma hambre que los africanos! O ¡la frustración e impotencia por la explotación laboral del obrero asiático fuera distinta a la de un campesino indígena americano!

       Benito Baranda, parafraseando a Amartya Sen, señala que «la pobreza es una privación de la libertad porque impide desarrollar las capacidades naturales» (Baranda, B.). Definición que amplía nuestra visión, pues lejos de mencionarla como una escasez, se entiende como la opresión del prójimo que ve hundida y secuestrada su oportunidad de vivir dignamente, a costa de intereses egoístas.

       Por lo tanto, podemos decir que las personas no son pobres, sino han sido empobrecidas mediante sistemas económicos y sociopolíticos injustos, arrebatándoles lo que por derecho les ha sido dado. Ya el Papa Francisco lo denunciaba en Bolivia: «La distribución justa…no es mera filantropía, es un deber moral, se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece» (S.S. Francisco, discurso).

       El informe 2015 “Panorama Social de la CEPAL en América Latina muestra que «el número de personas pobres creció en 2014, alcanzando a 168 millones, de las cuales 70 millones se encontraban en situación de indigencia». Para México CONEVAL estimó, durante ese 2014, la existencia de 55.3 millones de pobres[1] en un país de 119.87 millones de habitantes; esto significa que casi 1 de cada 2 mexicanos vive en situación de pobreza.

       Datos estadísticos que ya no parecen asustar o, por lo menos, preocupar a una gran parte de la sociedad; quien pierde, poco a poco, la dimensión de escándalo y vergüenza. Causa más asombro y hasta tristeza que un equipo deportivo pierda un juego, que algún actor o cantante «famoso» fallezca o incluso, que la bolsa de valores bursátiles de un país desarrollado se desplome varios puntos porcentuales.

       Vivimos inmersos en una sociedad «saciada», regocijada en los propios logros y placeres, en el que «la indiferencia y el cinismo ante el dolor de los excluidos» (Vitoria, F.J., p. 255), muestra un evidente «signo de pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil». (Laudato Si, No. 25).

       Contemplar esta cruenta herida social, también hace resaltar nuestras deficiencias individuales –ausencia de solidaridad, de fraternidad y de compasión- exponiendo lo ingrato y mezquino que podemos llegar ser con los de nuestra misma especie. Haciendo de nuestros hermanos empobrecidos una masa ingente sin nombre, sin rostros y sin historia; reduciéndolos a una simple referencia en nuestro vocabulario, a una estadística de estudios o simplemente a «algo» que hay que esconder de nuestra vista.


La gran fábrica de pobres, el negocio redituable de la explotación del hermano

«A la gente la empobrecen para que luego vote por quienes los hundieron en la pobreza» 
Jorge Mario Bergoglio. 

       La pobreza no es ocasional ni fruto de la casualidad, tiene cimientos y «estructuras de pecado»[2] en proporciones planetarias; donde una economía de mercado, motivada y preocupada únicamente «por la maximización de la utilidad» (Carta AUSJAL 32. Vol. 1, p. 13), reduce al ser humano a un medio para el alcance y disfrute de beneficios, mismo que será desechado o descartado cuando deje de ser rentable. Ofrece ventajas a los poderosos, legitima desigualdades y busca preservarse en base a un consumo excesivo y de diversiones inmediatas (Cf. Vitoria, F.J., p. 227, 230).

       La falta de educación, la explotación laboral y falta de empleo, la violencia, el narcotráfico, la prostitución y la trata de personas, la degradación y la destrucción ambiental, la discriminación racial, étnica o de género; no son simples apreciaciones de gente crítica o inconforme, son denuncias de deficiencias creadas para arrastrar al «otro» en una espiral de muerte y destrucción, quitándole lo que de suyo le pertenece y garantizando el estatus de los «saciados» mediante la manipulación, explotación y abuso, a partir de sus necesidades, muchas de ellas básicas. 

       En esto, el papel de la política, parece estar subordinado a salvaguardar los intereses económicos, alejada del bien común de aquellos que los eligieron y evitando exponerse a «irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras» (Laudato Si, No. 178).

       Los planes y programas de atención social por parte de los gobiernos, lejos de tender a reducir estas fallas o eliminarlas, han estado destinados al fracaso, pues el desinterés por aplicarlos efectivamente, la incoherencia ante las necesidades reales y la desarticulación entre ellos a un objetivo común, muestran ser una autentica simulación, dando pequeñas porciones que «maquillan» estadísticas.

       Esta fuerte alianza – entre gobiernos y actores económicos- los ha convertido en auténticos administradores de la pobreza, especulando y evitando por diferentes medios eliminarla (Cf. Carta AUSJAL No. 32 Vol. 2. p. 58). Esto no afecta únicamente al ser humano, sino también a la madre naturaleza, porque esa misma lógica que no ha permitido cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza es la misma que dificulta tomar decisiones drásticas para revertir el calentamiento global (Cf. Laudato Si, No. 175).

       La continua sobreexplotación de los recursos naturales y las nuevas formas de esclavitud, muestran lo absurdo de este sistema: ¿De qué le sirve al hombre el avance y el desarrollo tecnológico cuando no ha sido capaz de garantizar, a todos los seres humanos, las condiciones básicas de vida y de sustentabilidad?
       Hoy, el «mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable». (Laudato SI, No. 30). 

       E irónicamente, todo ello hace posible la distopía evangélica, ese lugar en el cual los «saciados» y los «consolados» encuentran cabida; y ¡Ay de nosotros! si pertenecemos, entre risas y alabanzas, a ese círculo exclusivo. (Cf. Laguna, J., p. 6).

La idolatría del dios Dinero. 

       Esta explotación del «otro» para el enriquecimiento individual desproporcionado no es algo nuevo, la historia hace constatar que su raíz es más profunda y de carácter espiritual: la colocación del dinero como centro de vida. Un culto idolátrico que degrada al hombre, dictamina sus actitudes, propicia comportamientos deshumanizantes para con el mismo y para con los demás, exigiendo celosamente todo el tiempo, el esfuerzo, la voluntad y hasta la imaginación, en favor de una acumulación desmedida de bienes y experiencias placenteras, importando poco los medios para su alcance.

       Idolatría que, lejos de ser notoria, sutilmente ha permeado en nuestra sociedad y ocupa un lugar preponderante, pues al dinero le referimos actitudes que antes eran exclusivas de Dios, como la «confianza, fidelidad, seguridad, amor, confianza en el futuro, esperanza, etc.» (Vitoria, F.J., p. 235). Cegando la posibilidad de reconocer a Dios en los más pobres –dimensión sacramental- , creando una concepción intimista de la salvación – por mis propios medios y a mi manera- y agradeciendo, de forma farisaica, las «bendiciones recibidas» (Cf. Lc 18, 11-12).

       Vivir por ese «dios», es desvivirse por el poder, la dominación y la opresión; ídolos de muerte «que convierten los sistemas reguladores económicos, sociales y políticos en auténticos laberintos diabólicos» para los más débiles (Vitoria, F.J., p. 234); demandando el acatamiento de reglas – desfavorables e injustas- e «imponiendo cargas insoportables que ni siquiera, los que las crearon, son capaces de mover un solo dedo para llevarlas» (Cf. Lucas 11, 46).

Y aunque San Pablo ya lo denunció en su momento: «La raíz de todos los males es la codicia: por entregarse a ella, algunos se alejaron de la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos» (1 Timoteo 6,10); este pequeño dios ha creado maneras entretenidas para seguir cautivando, arrodillando y deshonrando a todo ser humano, a pesar de su terrible hedor[3].


Conclusiones
«No nos hemos comprometido con los pobres hasta que seamos amigos de ellos»
Gustavo Gutiérrez

       La pobreza por sus expresiones multidimensional, multifactorial y multiarquetípica (Baranda, B.), nos anima a la colaboración y participación comunitaria en la búsqueda de soluciones creativas que favorezcan a cada uno de nosotros. Por esto, quisiera mostrar algunas pequeñas ideas que nos puedan ayudar a salir de la somnolencia en la que nos han sumergido y alentar la respuesta ante el ¿Qué puedo hacer yo?

1.- No olvidar que los empobrecidos no representan escalones para ganancias económicas, no son fuente para el éxito o la fama, no son números que engrosan estadísticas ni objetos de reflexión teológica; son personas con historia, con procesos y representan a Cristo -así como son y con todos los prejuicios que generan-. Dejemos de lado esos pretextos de:

· No compartir el pan con el hambriento, creyendo que éste no se lo ha «ganado».
· No darle de beber al sediento, porque prefiere alcoholizarse o drogarse.
· No vestir al desnudo, pensando que no valora lo que se le regala.
· No visitar al encarcelado, puesto que se «merece» estar allí o por el miedo al «qué dirán».
· No visitar al enfermo, por falta de tiempo y valor para reconocer nuestra fragilidad humana en él.
· No recibir al migrante, juzgándolos de vicioso, criminal o delincuente que inunda «nuestra» ciudad de inseguridad y violencia.

La sentencia es clara y no sujeta a interpretaciones: «Les aseguro que lo que hayan hecho con uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí» (Mt 25,40).

2.- Cuestionar los propios hábitos y costumbres de consumo, reconociendo las dinámicas sociales y culturales que no nos permiten compartir con el empobrecido, lo que somos y no lo que nos sobra; «invita a pobres, mancos, cojos y ciegos…porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,13). Incluye también reflexionar las posturas ante la pobreza: ¿Cuántas banderas se levantan fuertemente a favor de grupos «excluidos» dejando de lado la vida de millones de personas que no tienen qué comer? ¿No será que no los defendemos por que han dejado de ser minoría?

3.- Estar atentos y cuidarnos el corazón de cualquier codicia, que por más rico que seamos, la vida no depende de los bienes (Cf. Lc 12,15). Una invitación cristiana a rechazar la actual «economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra.» (S.S. Francisco, Discurso); y a colaborar en economías alternas donde «los empobrecidos marquen el ritmo de nuestro progreso» (Laguna, J., p. 6).

4.- Orar ante la realidad que se vive, depositando la confianza en nuestro Padre que sabe lo que necesitamos; basta que busquemos su reino y lo demás nos vendrá por añadidura (Cf. Lc 12, 30-31). Opción que nos lleva a mirar al mundo como algo «más que un problema a resolver», es un misterio gozoso que se contempla con jubilosa alabanza (Cf. Laudato Si, No. 12); sin olvidar la recomendación joánica: «Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.» (1 Juan 4, 20).

Bibliografía

1. VITORIA C., F.J. (2013) «Un cristianismo al servicio de la fe y la justicia» en: «Una teología arrodillada e indignada. Al servicio de la fe y la justicia», Editorial Sal Terrae-Cristianisme i Justícia.
2. LAGUNA, JOSÉ. (2012) «¡Ay de vosotros! Distopías evangélicas», Cuaderno No. 181, Editorial Cristianisme i Justícia.
3. SS. FRANCISCO (2015) Carta encíclica «Laudato Si» sobre el cuidado de la casa común. La Santa Sede.
4. Carta de AUSJAL No. 32 Vol. 1 (2011), «Pobreza y Política Social en América Latina».
5. Carta de AUSJAL No. 32 Vol. 2 (2011), «Casos Nacionales sobre Pobreza y Política Social en América Latina».
6. BARANDA, BENITO (2016). «Exclusión social: construcción colectiva de la justicia social y distribución del poder político», clase virtual del módulo 2: «Interpretación de la realidad socioeconómica del América Latina y El Caribe».
7. Informe 2015 «Panorama Social» de la CEPAL, Capítulo 1 «Pobreza y desigualdad en América Latina».
8. SS. FRANCISCO (2015), Discurso en el encuentro con los movimientos populares en Bolivia.

Nota:
Las citas bíblicas son de: «La Biblia de nuestro pueblo. Biblia del Peregrino. América Latina.» texto: Luis Alonso Schökel, Ediciones Mensajero.

Ensayo revisado por: Rolando E. Díaz C.

[1] cifras ofrecidas por CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social). http://www.coneval.org.mx/Medicion/MP/Paginas/AE_pobreza_2014.aspx.
[2] Denunciadas por San Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis.
[3] San Basilio de Cesárea lo llamó: «el estiércol del diablo».

Evangelio del 30 de Octubre del 2016

31 Tiempo ordinario – C (Lucas 19,1-10)

¿PUEDO CAMBIAR?

Lucas narra el episodio de Zaqueo para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de olvidar.

Al mismo tiempo, su relato de la actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?

Zaqueo viene descrito con dos rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico». En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.

Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero este deseo de Jesús va a cambiar su vida.

El hombre tendrá que superar diferentes obstáculos. Es «bajo de estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.

Pero Zaqueo prosigue su búsqueda con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Solo quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con Jesús. Lo quiere ver.

Es entonces cuando descubre que también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con la mirada y le dice: «El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador». Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.

Lucas no describe el encuentro. Solo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa solo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres.

Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de «instalarnos» en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.

José Antonio Pagola
Reflexión tomada de: Buenas Noticias en los Grupos de Jesús (http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia)

Periodistas - Video del Papa Octubre del 2016


Para que los periodistas, en el ejercicio de su profesión, estén siempre motivados por el respeto a la verdad y un fuerte sentido ético.
Enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=HUIzzqml884

Tomado del sitio El Video del Papa, una iniciativa de la Red Mundial de Oración para la difusión de las intenciones mensuales del Papa Francisco para los desafíos de la humanidad.



Evangelio del 16 de Octubre del 2016

29 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,1-8)

EL CLAMOR DE LOS QUE SUFREN

La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar en que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?

En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Solo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie.

Lo que pide la mujer no es un capricho. Solo reclama justicia. Esta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: «Buscad el reino de Dios y su justicia».

Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Esta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa.

Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos solo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: «Hacednos justicia»? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?

La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para todos?

José Antonio Pagola


Reflexión tomada de: Buenas Noticias en los Grupos de Jesús (http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia)

La migración en la Biblia

En esta lectura deseo hacer una reflexión sobre la migración vista desde una óptica bíblica. Cuando me decidí por este tema no visualizaba la magnitud que tiene dentro de las Sagradas Escrituras, esto es como “desenterrar los cimientos de un edificio para mostrarlo”.

La migración es quizá la única condición humana que tiene su fiesta en el antiguo testamento, esta es “Sucot” ó la fiesta de los tabernáculos. El libro del levítico solicito a los Israelitas; “Durante siete días vivirán en chozas; todos Israel vivirá en chozas, para que sus descendientes sepan que yo hice vivir en chozas a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto: ¡Yo soy Yavé, su Dios!” (Levítico 23:42,43). Cabe señalar, la palabra “Pascua” se asocia también a la migración. “Pascua” significa “pasar”, la pascua judía celebra el éxodo de Israel y el paso por el mar cuando las aguas se abrieron, para nosotros, la Pascua es el paso que Jesús dio de la muerte a la resurrección.

Por los relatos bíblicos podemos señalar que el primer migrante fue Adán tras su salida de Edén y su peregrinar por el mundo, desde ese simbolismo, todos somos forasteros de esta vida hasta retornar a la casa del Padre. La biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis hace alusiones a la migración. Podemos señalar algunas historias; Caín tras asesinar a su hermano termina errante., Noé para salvarse construye un arca - aunque se salva del diluvio - su residencia cambio., Abraham abandono su patria para ir tras una promesa., el hijo de Isaac, Jacob, tuvo que abandonar su casa tras la furia de su hermano Esaú cuando intentaba matarlo por robar su primogenitura., José – el soñador - descendiente de Jacob, al ser vendido por sus hermanos tuvo que emigrar a Egipto., Moisés siendo un menor fue dejado a la buena de Dios para salvarlo de la furia del faraón y después, al crecer, tras asesinar a un hombre tuvo que huir a una tierra lejana y hacer vida fuera de su casa adoptiva., El rey David también lo vivió, tras vencer a Goliath, tuvo que huir de la envidia del rey Saúl, su predecesor., En la historia de los profetas; Jonás tuvo que establecerse en el Nínive a causa de la predicación., Elías que tuvo que huir de su tierra cuando era perseguido por los adoradores de Baal., Daniel como migrante tuvo que ser fiel a sus creencias hebreas en el reinado de Nabucodonosor., Otro caso muy importante es la deportación a Babilonia, que propicia la migración obligada pero también inserta en la historia de la salvación ese anhelo por retornar a la tierra, de esta experiencia nacerá el libro de las Lamentaciones.

La migración también es plasmada en los propios evangelios. La Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto cuando el Rey Herodes mando asesinar a los niños ó tras la resurrección de Jesús, en la gran comisión – ir y evangelizar a los pueblos – los mismos apóstoles se convierten en migrantes. Las propias cartas del nuevo testamento están impregnadas del pensamiento migrante, desde los viajes de San Pablo con triunfos y derrotas, hasta la teología desarrollada por los apóstoles que toma como base los textos del antiguo testamento – la patria celestial - y el retorno de los justos al Reino del Padre (Apocalipsis 7:9).

Entonces, si la historia de la salvación fue otorgada de esta forma, haciendo muchísimas alusiones a la migración, puedo decir que los personajes bíblicos emigran por dos motivos; ó buscan una esperanza ó huyen para salvar sus vidas. En nuestra vida espiritual esto podemos interpretarlo de la siguiente forma; ó somos migrantes de esta vida y vamos por la fe anhelando entrar al Reino de Dios ó somos peregrinos de la vida - que obra por la fe – huir del infierno destinado para los demonios y los malvados.

Sigamos en este peregrinar de la salvación, alegrémonos de la redención que Jesús nos otorgó, celebremos la pascua eucarística en el templo, pero también, participemos de la pascua física que viven los hermanos migrantes en su travesía.

Juan Carlos López Torrero

Evangelio del 2 de Octubre del 2016

27 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,5-10)

AUMÉNTANOS LA FE

De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.

Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?

Señor, auméntanos la fe
Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Solo tú eres quien «inicia y consuma nuestra fe».

Auméntanos la fe
Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.

Auméntanos la fe
Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.

Auméntanos la fe
Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.

Auméntanos la fe
Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.

Auméntanos la fe
No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.

Auméntanos la fe
Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros renovando nuestras vidas y alentando nuestras comunidades.

José Antonio Pagola

Reflexión tomada de: Buenas Noticias en los Grupos de Jesús (http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia)